Memorias de un médico de la UMH en África (II)

Hace unos días presentábamos las Memorias de un médico de la UMH en África, una colección de textos enviados por el responsable del programa de Cooperación al Desarrollo en Ruanda (África) de la UMH. En esta ocasión, Mariano Pérez comparte un caso concreto de los muchos de los pacientes que le han visitado durante los veinte años que lleva trabajando en Ruanda. Ésta es la historia de Elizabeth.


Memorias de un médico de la UMH en África (II)

destacado0Los éxitos me reconfortan y me dan ánimos para seguir en mi trabajo, pero la realidad de este mundo en ocasiones me desespera y me rebelo contra ella sin éxito. Hace tres semanas una niña de 13 años entró en el hospital acompañada por su madre. No podía andar.

Me llamaron para estudiarla y ponerle un tratamiento, y así hice. Cuando entré en la sala estaba acostada entre un grupo de seis camas donde yacían madres con sus niños. Aquí, las salas de pediatría tiene camas de adultos para que los niños duerman con sus madres, algo que me parece conmovedor y muy humano. En Rwanda no tenemos mejores enfermeras que las madres y estoy seguro que en un futuro será una reivindicación de nuestra desarrollada sociedad, que descubrirá, gracias a estudios estadísticos muy complejos, que los niños que duermen con sus madres se curan antes.

Me encontré con una niña silenciosa, con la mirada triste, que se quejaba de dolor en la espalda, que no quería tumbarse hacia arriba y permanecía de costado. Se llamaba Elizabeth.

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destacado1Cuando la exploré vi que sus piernas carecían de fuerza y no tenían reflejos. Desde un poco mas abajo de su ombligo, su sensibilidad había desaparecido. Con mi aparato de electromiografía comprobé que todos sus nervios estaban lesionados y que técnicamente tenía una afectación muy severa de la parte inferior de su médula, con un conjunto de nervios que llamamos cola de caballo por su especial morfología.

Algo estaba pasando en su región lumbar. Algo comprimía su medula y sus raíces nerviosas. Nosotros no tenemos Scanner y solo hay uno en la capital Kigali que en ocasiones es inaccesible. Con todo y con eso lo intenté y escribí una carta pidiendo la ambulancia y la posibilidad de realizar un estudio de su médula. Teníamos que localizar la lesión para después intentar operarla. Ahora tenemos un neurocirujano infantil, alemán, jubilado, que ha decidido pasar sus últimos años en África y es un gran experto en su especialidad. Trabaja en un hospital cercano, que llevan unas monjas españolas y al que estamos siempre muy unidos.

Elizabeth / Foto de Mariano Pérez

Elizabeth / Foto de Mariano Pérez

Me comunicaron que la ambulancia no estaría disponible hasta dos días después y tuve que aceptarlo a sabiendas que el tiempo corría en su contra y que la presión sobre su médula produciría una lesión irrecuperable. Puse un tratamiento muy activo de corticoides con animo de bajar el edema, pero ya no podía hacer más.

La madre me contó con más detalle la evolución de su enfermedad y me dijo que semanas antes había comenzado a quejarse y andar mal. Me lo contaba muy tranquila, sin la mas mínima sensación de angustia o miedo, e incluso no recordando bien cuándo realmente había comenzado la enfermedad.

Pasaron los dos días y la trasladaron a Kigali. A las dos horas me llamaron para decirme que el scanner estaba averiado y que no se sabía cuando sería reparado.

destacado2Ya han pasado tres semanas y el destino de Elizabeth esta decidido: pasará el resto de su vida en una silla de ruedas.

Hoy ha venido a despedirse. Se marchaba a su casa. Sentada en una vieja silla oxidada y con la bolsita de la orina en una mano, venía a darme las gracias y a decirme que vendría a verme de vez en cuando. Estaba contenta porque el dolor había desaparecido. Para mí la percepción de ese hecho no era tan buena. Significaba que ya no había señales de vida en sus piernas.

No parecía excesivamente preocupada y su madre se marchaba tranquila y preguntándome si yo pensaba que se podría curar. Respondí con evasivas sin precisar mucho el pronóstico.

Sé que ahora visitarán al Marabú, que le hará una serie de cortes en la piel de las piernas y en la espalda para que la enfermedad encuentre la salida y después aceptarán la situación sin lamentos y sin reproches hacía la vida o el destino.

destacado3¡Qué diferente hubiera sido el destino de Elizabeth en nuestro mundo! Mucho antes de quedar inmovilizada habría sido diagnosticada y tratada de urgencia en uno de los muchos hospitales de los que disponemos. Sus padres explicarían mas tarde a sus amigos la situación tan dura por la que habían pasado y Elizabeth olvidaría pronto aquellos días en los que vio a sus padres intensamente preocupados y a todos sus familiares visitándola asiduamente en el hospital y colmándola de regalos.

El futuro de Elizabeth, por el contrario, no es muy alentador. Viviendo en una casa de la montaña, en un lugar de difícil acceso incluso para personas ágiles, sin agua y sin luz, su vida se reducirá a un espacio y a unas actividades de supervivencia. La bajarán a misa los domingos y alguna vez la llevaran a Ruhengeri, una ciudad que esta a unos cuarenta kilómetros en la que algunas veces se celebran misas milagrosas, que curan a los enfermos.

Porque a Elizabeth le queda la fe y sin ella la vida ya no tendría sentido.

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