José Camps sobre su experiencia Erasmus: «El hogar va contigo, tú sólo cambias de sitio y de familia»
Mi experiencia Erasmus ha sido maravillosa en todos los posibles sentidos.
Me cuesta resumir todo en unas líneas, pero espero que le pueda servir a alguien para aventurarse a esta experiencia que jamás volverá a repetirse igual. Y, por supuesto, tú nunca volverás a ser la misma persona, habrá un cambio irremediable y genial (aunque también he conocido a los que, empeñándose mucho, han conseguido volverse sin aprender nada, lamentablemente. Pero bueno, han sido los que menos).
Para mí viajar y salir de la zona de confort siempre ha sido sinónimo de evolucionar como persona, hacerme más fuerte, verme más a mí mismo, salir al mundo desnudo de todo menos de lo que realmente me identifica, aprender… aprender tanto… Y desde luego mi estancia de 10 meses (9 académicos) en Roma no ha hecho más que reafirmar esta teoría y amplificarla.
Desde el comienzo quiero aclarar que, por supuesto, también se pasa mal. Y riñes, y añoras, y lamentas y lloras… Pero es que luego convives y hablas; razonas y solucionas; llamas por teléfono (o envías grabaciones del WhatsApp) y recuerdas; y lloras, pero también de alegría, de emoción por haber vivido y compartido tanto con tantos.
Y lo digo con conocimiento de causa ya que en Roma lo he vivido, si no todo, mucho: grandes discusiones con compañeros de piso, con amigos, con profesores (con éstos, claro, en otros decibelios, pero con la misma rabia), conmigo mismo. Falleció mi padre en España, ingresé y fui operado en uno de sus hospitales por cálculos biliares (alabado seguro médico que contrata la Oficina de Relaciones Internacionales), lidié con el metro que nunca llega, los autobuses con complejo de montaña rusa, fui siempre contando el dinero, viví bajo tierra (literalmente) viendo sólo los pies de la gente al pasar, conviví con la soledad y la sensación de vulnerabilidad de sentirte en un país extraño alejado de todo lo conocido… Pero creedme: si sois personas dispuestas a aprovechar las experiencias que te da la vida, todo pasará a un segundo plano cuando estéis allí y seáis conscientes de dónde estáis y todo lo que podéis hacer cada día para darle la vuelta a la tortilla. Siempre hay días malos (muy malos, incluso), claro; pero con que os esforcéis en que la balanza se incline más por lo positivo que por los obstáculos, ella sola hará el resto. Y eso es tan fácil como dar un paseo por el parque de al lado de casa, salir a tomar el aire y comprar chocolate, llamar a un amigo o amiga y contarle las penas y llorar un poquito o ponerse una peli y dormirse una siesta de 3 horas, pintar, dibujar, quizás escribir, leer… Menos el chocolate, todo gratis.
Desde España, buscando piso, conocí personas maravillosas que estando allí conocí mejor, y que desde el primer momento me abrazaron como si fuera un amigo más de la casa. Fueron mis primeros amigos italianos. Una vez allí, es cierto que el primer día no me reconocía la voz por lo aguda que era, pues estaba casi tiritando de miedo cuando quité las maletas de la cinta en el aeropuerto y sólo tenía la dirección de un hotel donde ir para poder dormir bajo un techo. Nadie me esperaba en ningún lado fuera de ese hotel y creedme que es duro pensar eso tan lejos de casa.
Pero ya en el hotel, durante la semana que estuve, hice amigos estupendos chapurreando inglés (cuya pronunciación y oído, por cierto, mejoró mucho), italiano e, incluso, sin hablar. Con sonrisas y gestos, conseguí pasar una noche la mar de divertida con un amigo de Georgia con el que todavía mantengo el contacto. Todos éramos personas con ganas de conocer gente nueva, de llevarnos bien, de aprender, de practicar idiomas… Fue realmente mágico. Durante toda la estancia lo fue.
Por la calle, lo mismo: en la Academia (allí no hay universidad de Bellas Artes como tal), en el mercado, sorprendiéndome hablando íntimamente con un compañero de piso con el que no lo esperaba… En cualquier sitio, si tienes la actitud necesaria, encontrarás pequeños trocitos de oasis que irán haciendo que acabes sintiendo esa sensación tan genial de sentir que estás en casa. Que hay sorpresas que sólo las desvelarás si te armas de valor (o sin él pero decidido/a a hacerlas) y vas tras ellas.
Pero es imposible enumerar una por una todas las experiencias, todas las personas (James, Giulio, Mónica, Laura, Alicia, Egida, Flavio, Andrea, Antonio, Manuel, Giorgia…) y todas las emociones que se vive cuando viajas y encuentras un nuevo hogar mucho más lejos de donde creías que podías tenerlo. El hogar vuela; va en tren, bici o barco contigo, tú sólo cambias de sitio y de círculo. De familia.
Y sólo hay una forma de averiguarlo: haciéndolo, viviéndolo con ganas de pasarlo bien, trabajar, aprender y proyectarte cuánto puedas en cuantos campos puedas.
Lector o lectora, si me lees es porque te está picando el gusanillo del Erasmus y créeme, que si lo haces antes de acabar la carrera, será algo que irá contigo toda la vida. El aprendizaje y muy probablemente algunas personas que conozcas.
Todo, está ahí esperándote.
Como leí una vez: detrás de un gran miedo, siempre se esconde una gran ilusión.
Y, ésta, os puedo asegurar, que merece la pena ser vivida.
José Camps
Outgoing Erasmus
Estudiante de Grado en Bellas Artes en Italia