Memorias de un médico de la UMH en África (III)
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5 junio 2020
Hoy, día 7 de abril, se celebra el Día Internacional de Reflexión sobre el Genocidio cometido en Ruanda. Para conmemorarlo, publicamos la tercera entrega de las ‘Memorias de un médico de la UMH en África’, una colección de cartas enviadas directamente desde el corazón de este continente por Mariano Pérez, responsable del programa de Cooperación al Desarrollo de la UMH en Ruanda.
Hoy he recibido la visita de Marie Solange.
Marie Solange nació en una colina cerca del hospital de Nemba. Es la mas pequeña de cuatro hermanos y la única niña de la familia. Sus tres hermanos mayores todavía asisten al colegio, pero ya tienen suficiente autonomía para defenderse solos en los quehaceres de la vida cotidiana.
Cuando su madre se puso de parto, decidió, como otras veces, quedarse en casa y dar a luz sin tener que gastar los pocos francos que cuesta ocupar una cama del hospital y además evitar tener que pagar los medicamentos que le prescribirían.
Las contracciones empezaron de madrugada y la madre, recordando sus partos anteriores, supuso que en tres horas como máximo todo habría terminado. Pero también percibió, sin poder decir el porqué, que en aquella ocasión algo había cambiado en su cuerpo, si comparaba sus sensaciones con las que sintió en los partos que precedieron al de Marie Solange.
Efectivamente, ocho horas después de comenzado el parto nada había cambiado y nada parecía progresar en su interior. Las vecinas y los familiares, asustados, decidieron llevarla al centro de salud mas próximo a la casa familiar, donde ya ingresada, la madre de Marie Solange, siguió en solitario con su duro trabajo.
Pero pasaron las horas y los enfermeros del centro empezaron de igual modo a inquietarse. Nada parecía modificarse en el cuerpo de la madre. La comadrona estaba apunto de tomar la decisión de trasladarla al hospital de distrito, cuando en la ultima exploración, notó que el cuerpo de Marie Solange, aunque mal situado, había comenzado a avanzar abriéndose camino.
El traslado ya no era posible. En el centro de salud no había ambulancia y trasladarla a hombros de porteadores, como se hace habitualmente, con mas de ocho horas de camino por delante y cuando el parto parecía que empezaba a resolverse, era poner en riesgo la vida de la madre y de la niña.
[wpex more=»Sigue leyendo» less=»reducir»]Más tarde, y ya pasadas treinta y seis horas desde el comienzo del parto, a dos mil metros de altura sobre el nivel del mar, rodeada de montañas y en el corazón de África, Marie Solange nació.
Era una recién nacida de poco peso y no lloró. Tardó muchas horas en llorar. Es algo que siempre me repite su madre. Más de diez horas en llorar por primera vez. Además no se movía mucho, aunque cuando abría fugazmente los ojos parecía mirar con cierta inteligencia.
Pasaron las semanas y los meses y su madre tuvo que aceptar que Marie Solange no era una niña como las demás.
La falta de oxigeno, durante aquellas interminables horas, había lesionado su sistema nervioso. Sus brazos adquirían día a día una especial rigidez y se mostraban y hoy se muestran extendidos. Sus manos no se abrían, manteniendo los dedos fuertemente apretados, como aferrando algo que no quería perder. Su boca, siempre abierta, solo se modificaba para reír.
Sus ojos por el contrario eran y son muy vivos y se mueven en todas las direcciones, tratando de escapar con la mirada a la inmovilización forzada de su cuerpo. Pero sobre todo, Marie Solange sabía y sabe reír y lo hace con mucha gracia.
Cuando su madre la trajo a la consulta y me vio por primera vez, se puso a reír con gran energía. Posiblemente yo era el primer blanco que había visto en su vida y aquella persona tan fea y tan pálida le producía una risa contagiosa. Desde entonces siempre ha sido así y cuando entra por la puerta en brazos de su madre (ya ha cumplido ocho años pero todavía no es capaz de andar) me identifica y entonces ríe fuertemente. Trata de alargar los brazos para que la coja y me la aproxime. Entonces le cojo las manos y me las paso por la cara, porque se que la encanta tocarme.
También la tumbo en la cama y me pongo a su lado a decirle vocales. Digo un “aaa” muy largo y ella repite “aaa” y después un “eee” y así sucesivamente. Le aclaro a su madre que es mucho más lista de lo que ella piensa y que el hecho de que no pueda moverse no significa que carezca de inteligencia. Su madre se encoje de hombros y siempre me pregunta si algún día se podrá curar. Tal vez es más consciente que yo de que la inteligencia no es la principal cualidad que hay que poseer en el mundo en el que ella vive, un mundo en el que la naturaleza se impone a todo y en el que la carencia de unas buenas condiciones físicas hacen imposible la subsistencia.
Marie Solange no recibe una educación especial y nunca aprenderá a hablar. No es cuidada por un fisioterapeuta y sus extremidades se contraen cada vez con mas fuerza. Ahora es pequeña y todavía es manejable, pero llegará un momento en que su cuerpo, mas pesado, será difícil de transportar y entonces pasará el resto de su vida en una estera, en el suelo y abandonada por todos. Tarde o temprano una infección acabará con ella.
Es muy dura esta historia, pero es el día a día de muchos estos niños que nacen con lesiones neurológicas en el mundo no desarrollado. Nacen de forma natural. Gran parte de las consultas de neurología se nutren de las consecuencias de estos nacimientos, en los que la falta de oxigeno lesiona permanentemente zonas del sistema nervioso. Parálisis cerebrales, epilepsia, etc.
¿Por qué hablo de Marie Solange? No trato de entristecer con una realidad que los que vivimos en este mundo ya tenemos asumida. Nada más lejos de mi intención. Trato de reflexionar sobre nuestro mundo desarrollado, con el que siempre acabo comparando la realidad de África y en el que pueden darse las más terribles excentricidades y contradicciones.
En uno de mis viajes a España, una de mis hijas me comunicó que una amiga suya, a la que yo conocí cuando era muy joven, había dado a luz en su casa a una niña por medio de lo que se llamaba “parto natural”.
Escuché con atención el relato y no pude por menos de asombrarme pensando que en África el ir a un hospital para dar a luz es un lujo que no todos se pueden permitir; y que en el mundo desarrollado, no acudir a un hospital para dar a luz, se ha transformado en un lujo que tampoco puede permitírselo todo el mundo.
Y no hablo de las clínicas en las que los niños, a igual que los cetáceos, nacen bajo el agua, u otro tipo de excentricidades más. Hablo del parto normal, que conlleva en muchos casos gastos elevados, así como la utilización de profesionales y de tecnología.
No critico esta elección, creo que las afortunadas personas que pueden permitírsela hacen bien en huir de los ambientes hospitalarios. A nadie le agradan, y si pueden transportar toda la tecnología y la logística del parto a casa, mejor que mejor.
Pero es evidente que el parto en casa, en este caso el de la amiga de mi hija, es el final de todo un largo proceso en el que no se han escatimado medios técnicos o económicos. Nada más lejos de lo natural.
Con toda seguridad su embarazo fue seguido mes a mes, o semana a semana, con análisis, ecografías y todo tipo de medios de diagnóstico, incluyendo los más sofisticados si hubiera sido necesario. Antes del nacimiento de la niña en cuestión, sus padres conocían su peso aproximado, su sexo, su maduración, acorde con su tiempo de gestación. La posición en el útero, la posición de la placenta. Si la niña presentaba o no anormalidades manifiestas. En ocasiones y para padres exigentes, se puede hacer un estudio de su ADN, para asegurarse que aquella enfermedad degenerativa que padecía aquel lejano miembro de la familia no está oculta en su carga genética. Niña que al nacer ya tiene un nombre y todo un patrimonio de ropa y objetos para su cuidado.
Al final de todo este proceso previo de estudio y conocimiento, el parto se desarrolla asistido por personal sanitario especializado, e incluso con apoyo psicológico. Se controlan algunos parámetros y entre ellos los latidos cardiacos, para asegurarse que no se produce la tan temida anoxia.
Y mientras, en las habitaciones adyacentes, algún familiar espera inquieto con las llaves de un coche en las manos, por si hay una complicación y hay que acudir a un hospital. Hay muchos para elegir, situado a no más de quince o treinta minutos, para que el parto termine en un quirófano con todas las garantías.
Insisto que no trato de criticar el mal llamado método natural y menos crear polémica. Todo el procedimiento me parece muy respetable, si cumple con unos mínimos de seguridad y pienso, como decía antes, que aquellos que puedan permitírselo hacen bien en hacerlo. Pero no puedo evitar el reflexionar sobre el hecho, en especial cuando escucho la palabra “natural”. Es entonces cuando pienso en la pequeña Marie Solange, que cuando vino al mundo, de forma natural; era una total desconocida. Nadie sabía nada sobre ella, su sexo, su peso y en especial la posición que había adoptado en el interior de la madre y que determinó su trágico futuro. Al igual que nadie sabrá de su desaparición cuando algún día se funda de nuevo con la naturaleza.
Lo que es evidente es que de ella sí se podremos decir con propiedad que habrá nacido y habrá muerto de forma natural.
Anteriores entregas de ‘Memorias de un médico de la UMH en África’: Capítulo I y Capítulo II
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